¿Quién será y qué delitos habrá cometido - se preguntaban unos a otros los discípulos - para que la multitud desee su muerte con tanto afán? Aquí no se ve a nadie que manifieste compasión ni que llore.
Supongo que será un hereje- dijo el maestro con tristeza.
Siguieron acercándose y cuando se vieron confundidos con el gentío, los discípulos preguntaron a izquierda y derecha quién era y qué crímenes había cometido el que en aquellos momentos se arrodillaba frente al tajo.
¡Es un hereje! - decía la gente muy indignada - ¡Ahora inclina su cabeza condenada! ¡Acabemos de una vez! Ese perro quiso enseñarnos que la ciudad del Paraíso tiene sólo dos puertas, cuando a todos nosotros nos consta que las puertas son doce.
Asombrados, los discípulos se reunieron alrededor del maestro y le preguntaron:
¿Cómo lo adivinaste, maestro?
El sonrió y, mientras echaba de nuevo a andar, dijo en voz baja: no ha sido difícil. Si fuese un asesino o un bandolero o cualquier otra especie de criminal, habríamos visto entre las gentes del pueblo pena y compasión. Muchos llorarían y algunos pondrían el grito en el cielo proclamando su inocencia. Al que tiene una creencia diferente, en cambio, se le puede sacrificar y echar su cadáver a los perros sin que el pueblo se inmute...
Hermann Hesse, La Ejecución