
Hablar de los relojes suizos llevaría muchas páginas porque no en vano la relojería suiza se remonta nada menos que a 1601, año en el que se estableció que cada reloj fabricado en Ginebra debería llevar el sello del fabricante. Y desde el siglo XIX, en las proximidades del Jura, concretamente en La Chaux-de-Fonds y en Le Locle, se concentran la mayoría de las industrias relojeras más importantes de Suiza, es decir, de todo el mundo.
Los primeros países que fabricaron relojes fueron Italia, Alemania, Francia, Inglaterra y los Países Bajos porque durante mucho tiempo los relojes fueron, por una parte, bienes de lujo para monarcas y nobles adinerados y, por otra, instrumentos para la navegación marina. Puesto que en Suiza ni había una nobleza poderosa ni existía flota marina, el desarrollo de la industria relojera tardó bastante en llegar al país alpino pero cuando lo hizo, lo hizo a lo grande.
Como tantas cosas en Suiza, la industria relojera debe en gran parte su existencia a Calvino porque después de que éste prohibiese a sus fieles llevar joyas, los orfebres suizos se vieron forzados a encontrar otra salida para su oficio y la encontraron en la fabricación de relojes, algo que estaba muy acorde con las tésis del reformador religioso, una de cuyas sentencias favoritas era la de no perder el tiempo y aprovecharlo al máximo.
Desde entonces, los relojes suizos han sido los primeros en muchas cosas: los primeros relojes de pulsera, - aunque no hay unanimidad sobre si fue un Omega o el 'Santos' de Cartier -, los primeros relojes resistentes al agua, - el Certina DS -, los primeros relojes en llegar a la luna - el Omega -... Y hay relojes para todos los gustos y todos los presupuestos: desde los populares Swatch hasta los exclusivos Audemars - Piguet o los Patek - Philippe, todos ellos con el sello de calidad 'Swiss made'.
Pero no todos pueden lucir el Poinçon de Genève, un certificado que concede la Oficina de Control Facultativo de Relojes Ginebrinos y que exige, entre otras cosas, que cada pieza del reloj esté fabricada en el Cantón de Ginebra. Entre los que sí pueden lucir este sello de calidad, están mis relojes favoritos: los Vacheron Constantin que se fabrican de manera artesanal desde 1775 y que son todo un símbolo del lujo sin ostentación y del trabajo bien hecho.
La sentencia en latín que titula este post, 'Todas hieren, la última mata', era frecuente en los relojes de sol como un recordatorio de la futilidad de la vida y del paso del tiempo. Hoy ha caído en desuso, salvo como recurso literario pero no por ello deja de ser menos cierta. En los cinco años que he mantenido abierto este blog, han pasado muchas horas con su correspondientes heridas pero también con muchas alegrías; incluso en las últimas horas, el famoso gran colisionador de hadrones del CERN de Ginebra ha vuelto a funcionar con éxito. Me he divertido mucho, he aprendido mucho y en muchas ocasiones, para decirlo todo, me he sentido muy acompañada.
Quedan muchas peculiaridades helvéticas por mencionar y descubrir pero este blog ha escrito su última página. Sólo me queda dar las gracias. Sobre todo a mis amigas Ana y Elena, cuyo conocimiento de Suiza supera con creces el mío y cuya ayuda ha sido inestimable, y decir: ¡Hasta siempre!