
Isabelle Eberhardt nació en Ginebra en 1877, hija ilegítima de Alexander Trophimowsky, un sacerdote de la iglesia ortodoxa rusa, con fama de nihilista radical, y de Nathalie de Morder, una aristócrata alemana. A los veinte años se fue a vivir a Argelia, entonces colonia francesa, con su madre y se convirtieron al Islam. De esa época datan sus primeros cuentos que publicó bajo diversos seudónimos y también entonces adoptó por primera vez la apariencia de un hombre para colarse en las mezquitas, donde mantenía eruditas discusiones sobre el Corán, y en los antros menos recomendables de la casbah argelina. Desde entonces, su vida fue un ir y venir entre África y Europa.
Hacia 1899, decide viajar por el Sahara, se establece en El Oued, y por influencia de uno de sus numerosos amantes ingresa en una secta sufí. Una mujer como ella, liberada y contestataria, no fue del agrado ni de los franceses ni de los saharauis y después de escapar de un intento de asesinato, las autoridades coloniales la expulsaron, acusada de espionaje. Tras una estancia en Marsella, el general Lyautey la envió Ain-Sefra, al sur de Orán, para mediar con las tribus rebeldes, lo que despertó rumores sobre su pertenencia al Deuxième Bureau. Orgullosa de sí misma, vivió a la manera de los soldados beduinos del sur oranés.
Toda esta febril actividad política, religiosa y carnal, unida a su afición a la bebida durante sus frecuentes etapas de melancolía, le pasaron factura y tuvo que ser hospitalizada, aquejada de sífilis y paludismo. Al poco tiempo de abandonar el hospital, el 21 de octubre de 1904 un desbordamiento anegó la ciudad y Eberhardt murió sepultada en el barro, vestida de caballero árabe. Tenía 27 años.
2 comentarios:
A mí no me extraña nada, con tanto orden y método y con tanta cultura calvinista, aquí la que se tira al monte, se tira a lo grande.
Pues ésta, efectivamente, rompió todas las normas.
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