Los párrafos que reproduzco abajo, pertenencen a una entrevista que le hizo Pascale Zimmermann para La Tribune de Geneve.
Fui bautizado como ortodoxo, en Grecia, pues mi padre era griego. Mi madre era protestante, ginebrina, y fui educado en el protestantismo. Luego, para casarme con la mujer que quería, y que era católica, me convertí al catolicismo. Pero eso no es muy interesante. Esas separaciones en el cristianismo me parecen totalmente anacrónicas y arcaicas.
Vivimos en un universo condicionado por el espacio y el tiempo. Cristo trasciende toda la realidad terrestre. Es 'hijo de Dios' y existía antes de la creación del mundo. No está 'contra' todo lo que sacraliza la Iglesia -el matrimonio, la familia, la patria-, él está más allá. El hombre, por el contrario, como decía Kierkegaard, comete su mayor falta al hacer absoluto lo que es relativo y relativo lo que es absoluto.
Inmerso en una misoginia mediterránea, Cristo valoró a la mujer. La cruz de madera tiene dos ramas: la vertical conduce a Dios; la horizontal a los hombres, a la humanidad. No se puede amar a Dios si no se ama a los hombres, a todos los hombres. Cristo, al ser al mismo tiempo hijo de Dios e hijo de hombre, nacido de una mujer, le dio a ésta una dignidad fundamental... fue una mujer, la Samaritana, quien le llamó Mesías por primera vez y fue a una mujer, a María Magdalena, a quien escogió como primer testigo de su resurrección.
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