Los hermanos que la integran se comprometen a compartir los bienes materiales y espirituales, el célibato y una gran sencillez de vida. En la actualidad, la comunidad reúne a un centenar de hermanos católicos, luteranos, calvinistas, anglicanos, protestantes y ortodoxos de más de veinticinco nacionalidades. La comunidad vive de su trabajo y no acepta ni donaciones ni regalos para ellos mismos.
El alma de esta comunidad sigue siendo el Hermano Roger (1915-2005), un suizo de Provence, en el Jura, que en 1940, recién consagrado pastor protestante, siguiendo los pasos de su padre que también lo había sido, hizo un viaje en bicicleta por Francia, el país de su madre. Al final de una de sus etapas, llegó a una aldea, justo en la frontera que separaba la Francia ocupada por los nazis de la Francia de Vichy. En aquel pueblecito de frontera, al lado del imponente Monasterio de Cluny, el Hermano Roger se instaló con su hermana en una casa abandonada hasta la que la guerra fue vomitando judíos, refugiados políticos y desertores nazis. A todos les daba un plato de sopa y les acogía sin tener en cuenta ni su credo ni su nacionalidad. Cada día, el Hermano Roger se iba a rezar al bosque para que los refugiados judíos, agnósticos o atéos no se sintieran incómodos u obligados a acompañarle.
Lo que había empezado como una casa de acogida, pronto se fue convirtiendo en algo muy diferente con la llegada de personas que hallaron su vocación y su plenitud como personas en aquella forma de vida y terminada la guerra, los nueve primeros Hermanos de Taizé pronunciaron sus votos en la pequeña iglesia románica del pueblo. Acababa de nacer una orden monástica tan sugerente como atípica. La única fundada jamás por un protestante y la única formada por fieles de los diferentes credos cristianos. Cuando le preguntaban sobre los orígenes de Taizé, el Hermano Roger siempre recordaba a su abuela, una mujer protestante que en los peores días de la I Guerra Mundial iba cada tarde a rezar a una iglesia católica como símbolo de unidad en una Europa dividida por la guerra.
Los Hermanos de Taizé pronto extendieron su forma de vida a comunidades instaladas en lugares castigados por la miseria como los suburbios de Brasil, Senegal y Corea y Juan XXIII —que en su etapa de nuncio en París había visitado Taizé—tuvo el insólito gesto de invitar al protestante Hermano Roger al Concilio Vaticano II. Seis décadas después de su creación, Taizé acoge cada año a miles de personas de todos los credos en busca de una experiencia mística y de una espiritualidad sin fronteras. Por allí han pasado 14 obispos luteranos suecos, patriarcas ortodoxos y hasta tres arzobispos de Canterbury. En 1986 lo hizo Juan Pablo II, amigo del Hermano Roger desde los años 60, quien proclamó con gran plasticidad: 'se pasa por Taizé como junto a una fuente. El viajero se detiene, se refresca y continúa su camino'.
Desde 1982 miles de personas se congregan cada año en una ciudad europea —en el año 2000 fue Barcelona, el año pasado Lisboa— convocadas por el Hermano Roger y acuden cada primavera a celebrar la Pascua con los hermanos de la comunidad.
Tres veces al día, todo se detiene enTaizé: el trabajo, los estudios bíblicos, los coloquios y las diversiones. Las campanas llaman a la oración en la iglesia y centenares, a veces miles, de jóvenes de países muy diversos de todo el mundo, rezan y cantan con los hermanos de la comunidad. Se lee la Biblia en varias lenguas y en medio de cada oración común, el largo tiempo de silencio es un momento único de encuentro con Dios.
Hoy hace un año, al caer la tarde, en uno de esos momentos de oración, una mujer rumana, enferma mental, acabó con su vida asestándole varias puñaladas. Tenía 90 años. La comunidad de Taizé sólo ha pedido que recemos por él esta sencilla oración:
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