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lunes, noviembre 13

La exiliada de Ginebra


Ginebra no fue el único sitio en el que vivió sus 45 largos años de exilio, pero sí el último; desde su casa del nº 3 de la Avenue Secheron, volvió a España el 20 de noviembre de 1984. Platón, Plotino, Spinoza, Cervantes, Galdós, Unamuno, Nietszche, Ortega y Gasset, San Juan de la Cruz, Emilio Prados, Descartes, Zubiri, García Morente, Jung ... y muchos otros, formaron parte de su universo y contribuyeron a forjar el pensamiento de una de las figuras españolas de mayor proyección internacional del siglo XX, una mujer que hasta que le llegaron los tardíos reconocimientos oficiales fue una desconocida para los españoles.

En 2004, con ocasión del centenario de su nacimiento en Vélez-Málaga, dónde también descansan sus restos mortales desde febrero de 1991, los ginebrinos dedicaron una magnífica exposición a la mujer que fue tachada de fascista, y también de furibunda izquierdista, por ser una librepensadora, que pasó verdaderas penurias, e incluso hambre, en su peregrinar por París, México, La Habana, Puerto Rico, Roma y Ginebra, y que demostró que se puede ser una lúcida pensadora y además escribir con una prosa brillante.

La razón poética, el saber del alma, la esperanza y la necesidad de lo divino en la existencia humana, fueron el eje de su vasta obra, una obra en la que 'la filosofía no es sólo una cuestión de conceptos, sino de símbolos que deben abordar los problemas esenciales de la trascendencia y los grandes misterios de la vida humana'. En el prólogo a la edición de 1973 de El hombre y lo divino, comentaba que este título podría muy bien ser el que le conviniese mejor a la totalidad de su producción. La relación del hombre con lo divino, con la raíz oscura de lo sagrado fuera y dentro de sí, de ese ser que ha de darse a luz, a la visión, es una constante en toda su obra.

Ginebra, ciudad cosmopolita y universal por tantas cosas, también acogió a doña María Zambrano, una de las mujeres más grandes e inteligentes que ha dado España.

'Y así me he ido quedando a la orilla. Abandonada de la palabra, llorando interminablemente como si del mar subiera el llanto, sin más signo de vida que el latir del corazón y el palpitar del tiempo en mis sienes, en la indestructible noche de la vida. Noche yo misma'.


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